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Estrategia del odio

Es «difícil afrontar el terrorismo de matriz islámica si Occidente no puede aún distinguir un imán de un sacerdote», lo escribía en 2001 el editorialista Jihad al-Khazen inmediatamente después del 11 de septiembre, criticando la versión occidental del radicalismo islámico. Y muchos intelectuales árabes insisten en que para luchar eficazmente contra este cáncer que nos está devorando es necesario partir de un conocimiento más profundo de una realidad descrita, a menudo, sobre la base de imágenes estereotipadas.
Bichara Khader, profesor emérito de la universidad católica de Lovaina en Bélgica, insiste en la falta de instrumentos para entender el Islam. En una entrevista televisiva afirma que «los europeos no tienen las llaves para descifrar la complejidad del mundo árabe islámico». Los hechos continúan mostrando que la emoción, comprensible después de cada atentado, nos impide afrontar el fenómeno con más racionalidad. Al terrorismo no se le detendrá con títulos y siete columnas que insultan y ofenden a toda una religión. Un reacción tal, más allá de su inutilidad puede ser contraproducente.
El atentado de Niza confirma que mientras en occidente nos perdemos, a menudo, en debates poco fructíferos, la ideología yihadista continúa ganando adeptos y cambiando métodos para golpear con la mayor fuerza posible. Francia parece el blanco preferido para quien ha entendido que el tiempo juega a su favor y busca, instigando el odio contra la religión islámica, destruir toda posibilidad de diálogo y de convivencia.
Basta leer la «literatura yihadista» para entender mejor esta estrategia. En la Gestión de la barbarie, un auténtico Main Kampf de los yihadistas, se lee: «El único verdadero obstáculo en el camino de la institución del dominio de Allah sobre el todo el mundo está constituido por aquellos musulmanes que se permiten debilidades y que, en cambio, deberían construir la yihad con el máximo de fuerza y violencia». En el libro se explica bien cómo es necesario actuar para polarizar las diferencias entre yihadistas e islamistas moderados, radicalizando algunos aspectos de estos y, sobre todo, para alimentar la espiral de violencias y retorsiones con un consiguiente crecimiento del caos: más claro que esto, imposible.
Los musulmanes moderados, hasta ahora la mayoría, son la bestia negra de los yihadistas. Puede no ser casual que la primera víctima del Paseo de los ingleses haya sido una musulmana con el velo. Para los fanáticos, todos aquellos que no piensan como ellos, son sencillamente infieles que no merecen vivir.
En otro pasaje del manifiesto yihadista se lee: «El aplastante poder militar de una superpotencia puede llegar a convertirse en una maldición si su cohesión social colapsa». Francia, en este sentido, se convierte en el lugar ideal para realizar este objetivo. El Islam francés, tan fuerte numéricamente como débil a nivel representativo, y la incapacidad del Estado para hacer frente con eficacia a las problemáticas de la integración de las nuevas generaciones ofrecen un terreno fértil para la ideología yihadista.
En la lógica de la propaganda de los fanáticos, golpear cualquier ciudad occidental resulta muy incisivo porque genera un nivel mayor de odio. Destruir toda posibilidad de convivencia civil entre culturas y religiones es el fin último del yihadismo. Que lo afirma claramente. Basta leer.